Hacía ya mucho tiempo, casi veinte años de la última vez que estuve fotografiando las monteses en la Sierra de Gredos, y ya tenía ganas de volver. La época del celo fue la elegida. Es noviembre, y voy en compañía de mi amigo Roberto Travesí, granadino y gran experto en la fotografía de la cabra montés. Cayendo la tarde, llegamos al coqueto pueblecito de Hoyos del Espino. Nos hospedamos en el Hostal Alfonso. Después de acomodarnos, visitamos al guarda mayor de la vertiente norte, Carlos Chamorro. Como siempre, nos recibe muy amablemente. Intercambiamos opiniones sobre las monteses.
Al día siguiente, madrugamos. Son las seis de la mañana, desayunamos y nos preparamos para salir. ¡Qué fresquito hace, vaya, hay que quitar la escarcha hecha hielo que tiene la luna delantera! Ya sin más demora nos ponemos en camino, tomamos el desvío hacia la plataforma, con la suerte de que apenas hay placas de hielo en la carretera. Llegamos clareando el día. Poco antes, ya habíamos visto a un guarda en su tarea de vigilancia. Hay nieve en la sierra, y la temperatura es de -7ºC, pero con el viento en calma se hace más llevadera. Pronto avistamos en la ladera de la derecha a un grupo de machos y cabras, algunos se veían buenos ejemplares, resaltando su pelaje negro en la nieve. Nos acercamos con cuidado. Pronto me llama la atención un buen macho solitario, apuntalao, buscando cabras. Es un buen momento para hacer algunas fotos, con las primeras luces del día, pero ya muy cerca del grupo veo a un gran macho que destaca por encima de todos.
Es el más grande que yo haya visto de esta subespecie
Victoriae, lo tengo tan cerca que puedo contarle los años con la ayuda de los prismáticos. Le cuento quince medrones, con muy buenas crecidas en los ocho primeros años. Su espectacular cornamenta es abierta, y pasa con creces los 90 centímetros de longitud. Me atrevería a decir cerca del metro. Tiene muy buen grosor en su base, y con un poco de desgaste en el cuerno izquierdo.
El macho de vez en cuando adopta posturas del celo detrás de las cabras. La persigue entre los piornos, que están cubiertos de nieve.
Por momentos, la niebla se rebaja, procuro no perderlos de vista. Tengo que comer algo, lo hago andando, sin quitarle ojo de encima.
Otros machos de la piara, también de espectaculares cornamentas, pasando de los 80 centímetros se me antojan pequeños al lado del gran macho abierto.
La tarde, al igual que la niebla, se va echando encima, y la visibilidad va escaseando. Aun así, suficiente para hacer las últimas fotos a las monteses entre la niebla.
He dedicado todo el día a observar y fotografiar al gran macho, sabiendo que esta oportunidad no se me volverá a presentar. Después de tanto tiempo sin aparecer por la Sierra de Gredos, veo que sigue siendo un paraíso para las monteses, con grandes machos, que siendo en terreno abierto, y sin ningún tipo de alimentación suplementaria, dan más valor a esta clase de trofeo, en gran parte gracias al buen hacer de una guardería responsable de su trabajo.
Las fotografías en la Sierra de Gredos han sido realizadas con la autorización de la Junta de Castilla y León.